La tasa de mortalidad materna en Estados Unidos no deja de crecer y afecta, sobre todo, a mujeres negras 

Hace más de un año, la vida de Bruce McIntyre dio un giro de 360 grados. En la pizarra de su cocina aún sigue escrita la fecha en la que todo cambió: abril del 2020. Su pareja, Amber Rose Isaac, murió el 21 de abril del año pasado después de dar a luz al pequeño Elias. Desde entonces, McIntyre alimenta a su bebé cada mañana con leche donada por otras madres.

 

“Si Amber fuera blanca, todavía estaría aquí,” dice Bruce McIntyre, mientras sostiene en brazos a su único hijo.

 

Isaac falleció a los 26 años tras la cesárea de emergencia que le realizaron en el hospital Montefiore, donde su madre había trabajado durante más de dos décadas. Cuatro días antes de morir, la joven se había lamentado en Twitter de la incompetencia de los médicos del centro. Su viudo cuenta que Isaac tenía las plaquetas bajas desde febrero, pero los médicos no supieron evaluar correctamente su estado. La pandemia impidió a la pareja pasar consultas en persona, y no descubrieron que Isaac tenía síndrome HELLP (una afección del embarazo que afecta a la sangre) hasta el mismo día en que murió.

 

 “Toda muerte materna es una tragedia”, lamentó un portavoz del Montefiore en un comunicado a los medios. “Nuestros pensamientos están con la familia de la señora Isaac, y muy especialmente con su madre, que fue nuestra compañera durante tanto tiempo”, añadía.  

 

En la nota, el hospital defendía que el 94% de las pacientes de su maternidad pertenecen a minorías raciales, y aseguraba que la tasa de mortalidad del centro es del 0,01%, por debajo de la media nacional y de la ciudad de Nueva York.  

 

En Estados Unidos, la mortalidad materna no es un asunto novedoso, sino un problema que no deja de aumentar y que afecta, sobre todo, a las mujeres afroamericanas. En los últimos 30 años, la tasa de mortalidad materna se ha más que duplicado, pasando de 7,2 por cada 100.000 nacimientos en 1987 hasta 16,9 en 2016. Además, las mujeres afroamericanas tienen más probabilidades de morir por causas del embarazo que las mujeres blancas: en Nueva York son hasta ocho veces más, según datos del Departamento de Sanidad y Salud Mental de la ciudad.

 

La historia de Amber Rose Isaac se hizo viral en las redes sociales el verano pasado, en pleno apogeo del movimiento Black Lives Matter. Desde entonces, McIntyre ha dejado su trabajo en el sector financiero para ponerse al frente de la batalla por concienciar sobre las altas tasas de mortalidad materna entre mujeres negras.

 

En abril de 2018, tras la muerte de dos mujeres negras en el Hospital SUNY Downstate en Brooklyn, el gobernador del Estado de Nueva York, el demócrata Andrew Cuomo, destinó ocho millones de dólares del presupuesto 2019/20 a un paquete de medidas para enfrentar las desigualdades raciales en el ámbito de la maternidad. Las propuestas incluían cursos de formación sobre prejuicios raciales para el personal de los hospitales, más trabajadores sanitarios en las comunidades, y la creación de una base de datos desglosada por grupos raciales de los resultados maternos.

 

Emily Kadar, directora de Asuntos de la Mujer en la Administración Cuomo, mantiene que el gobernador exige un seguimiento detallado de las iniciativas y de los comités creados, y quiere rendir cuentas de los resultados que se obtengan. Sin embargo, el Departamento de Salud no ha proporcionado información sobre el progreso alcanzado por el grupo de trabajo, que lleva en marcha más de tres años.

 

Trabajadoras especializadas y defensoras de la salud materna expresan sus dudas sobre la capacidad de Cuomo para brindar soluciones efectivas, y se inclinan por organizarse y concienciar a las embarazadas y sus familias. Algunas, como Katy Cecen (exenfermera del SUNY Downstate Medical Center de Brooklyn y activista por la justicia reproductiva), acusan al Estado de infrafinanciar los hospitales públicos neoyorquinos, que atienden principalmente a comunidades afroamericanas y latinas.

 

“Me parece genial que quieran aumentar el numero de trabajadores sanitarios en las comunidades, pero las dos mujeres que murieron en SUNY Downstate en 2017 llegaron al hospital relativamente sanas”, se indigna Cecen. “Después su situación se agravó y necesitaron atención urgente para la que no teníamos personal suficiente: habríamos necesitado el doble de médicos y enfermeras,” añade.

 

Tras dejar su trabajo en Wall Street y convertirse en activista a tiempo completo, Bruce McIntyre creó la fundación Save a Rose, que promueve la salud materna de las mujeres negras.

“Tenemos que defender nuestras causas y reforzar los lazos en nuestras comunidades, porque el sistema no está diseñado para hacerlo por nosotros”, gritó McIntyre el pasado octubre, en una manifestación organizada por la Black Nurses Association de Nueva York.

Según diversos estudios y profesionales del sector sanitario, el racismo puede influir en la forma en la que el personal médico se comunica con sus pacientes de color. El año pasado, investigadores del Birth Place Lab  se aliaron con mujeres de todo Estados Unidos para diseñar una encuesta que reflejara la experiencia de estas últimas durante el embarazo y el parto. Casi el 18% de las 2.700 mujeres que la rellenaron denunciaron haber recibido gritos o haber sido ignoradas, entre otras formas de maltrato. El número de mujeres negras que señaló que su médico no atendió sus peticiones de ayuda a tiempo fue el doble que el de blancas.

La doctora Kafui A. Demasio, una ginecóloga y obstetra con más de 20 años de experiencia en Nueva York, cuenta la historia de una paciente negra a la que hizo el seguimiento prenatal.  “Me dijo que cuando fue al hospital a dar a luz le prescribieron una cesárea de urgencia y, cuando el médico entró en la habitación, le dijo: ‘estás gorda, ¿sabes? Y este procedimiento tiene más riesgo cuando estás gorda’. ¿Es esa forma de hablar a alguien a quien no has visto nunca y a quien estás a punto de operar?”, se pregunta Demasio.

Factores soecioeconómicos y geográficos como los niveles de educación y pobreza y el acceso a atención de calidad determinan la salud de las embarazadas, llegando a influir en el resultado del parto. Y el racismo subyace en todos esos factores, por lo que resolver la desigualdad racial en el la salud materna exige soluciones multidimensionales que aborden todo el embarazo, desde el cuidado prenatal hasta el postparto, según diversos expertos, médicos y sanitarios.

“Las relaciones personales, la falta de confianza en los médicos, y la falta de continuidad en la atención, todo eso influye. Y si no se empiezan a tener en cuenta todos estos elementos, nada cambiará”, dice Demasio.

McIntyre vive en el mismo apartamento del Bronx que compartía con su pareja. Ahora el piso también es su oficina, y la sala de juegos de Elias. Con una mano en el ordenador y la otra acariciando a su hijo para que deje de llorar, McIntyre sujeta el teléfono con el hombro mientras habla con un grupo de activistas que le están ayudando a redactar una ley en nombre de Isaac.

“Tengo que levantarme cada día y estudiar como si me preparara para ser enfermero, médico o abogado… Son cosas que en teoría no debería tener que hacer, porque se supone que hay un sistema para protegernos”, se queja el viudo. Esa nueva ley permitiría a McIntyre y sus colaboradores abrir el primer centro de salud maternal dirigido por matronas del Bronx, además de indemnizar a las familias que han perdido a mujeres negras en el parto.

El Ayuntamiento de Nueva York también estudia aprobar una normativa que aumente el acceso de las neoyorquinas a la atención de matronas, que se relaciona con mejores resultados tras el parto. A principios de este mes, McIntyre compareció en una sesión del Ayuntamiento sobre mortalidad maternal en la que se debatía la nueva regulación.

Varios concejales del Ayuntamiento han solicitado a la Asamblea Legislativa del Estado que reduzca las trabas que las matronas encuentran para abrir y gestionar centros de maternidad. “A día de hoy no hay un solo centro de maternidad no hospitalario en Nueva York”, asegura Neelu Shruti, que estudia para ser matrona y que también compareció en el debate municipal.

Distintas asistentes de parto y matronas señalan que las mujeres negras, abrumadas por las dudas que les suscita dar a luz en hospitales donde las tasas de mortalidad maternal no dejan de crecer, buscan otras alternativas para el parto. Y esto ocurre aún más en un momento en el que la pandemia ha desbordado el sistema sanitario. Pero conseguir una licencia para abrir centros no hospitalarios es “complejo, caro y prohibitivo”, en palabras de Shruti. “Por eso no tenemos ni uno", agrega. Shruti, que lanzó una petición al gobernador Cuomo para eliminar dichas barreras, contó con el apoyo de distintos activistas por la justicia reproductiva, incluido McIntyre.

A sus 31 años, este nunca habría imaginado que su vida pudiera dar un vuelco tan drástico. Cuando Isaac se quedó embarazada, la pareja era consciente de que las estadísticas le daban una mayor probabilidad de morir en el parto, pero nunca pensaron que les podría pasar a ellos. “Amber estaba muy bien de salud”, apunta su viudo.

Cada día, McIntyre escarba en sus sentimientos para transformar el dolor en fortaleza y mantener su compromiso en la lucha por evitar más tragedias como la suya. “Cuanto más tardemos, más familias correrán peligro, y más niños podrán perder a sus madres”, alerta. “Amber y yo siempre quisimos ayudar a los demás, y por desgracia ahora es esto lo que tengo que hacer para continuar su legado”.